1. Los Dragones del Umbral

Me planto ahora ante el umbral de una nueva aventura, y como todo camino que merece la pena ser recorrido, está bien protegido por dos dragones, uno a cada lado de la puerta. Estos dragones dan miedo, mucho miedo. De hecho, son el miedo mismo. Representan mis obstáculos internos. Las limitaciones de mi personalidad consciente, queriendo impedir que me expanda y realice mi potencial. Son un símbolo de mi sombra, que me veo llamado a atravesar porque sé que lo que quiero hacer merece la pena. La jaula se me está quedando pequeña.

Hace casi un año que quiero empezar este proyecto: escribir una serie de cartas en las que compartir las cosas que he descubierto en mi camino espiritual y que sigo explorando. 

Todo comenzó con una epifanía a mis 21 años que no dejó duda, en mi mente de ateo escéptico existencialista, de que había una divinidad y que la realidad está hecha de amor. Esa semilla no germinó inmediatamente, y pasé algunos años oscuros. La pandemia fue el catalizador que me hizo reconectar con esa realidad interna, y desde entonces ha sido un no parar, una metamorfosis a todos los niveles que me ha llevado a saltar a otro paradigma en el que la vida se vive y percibe de otra manera. De lo limitado a lo infinito, de la prosa a la poesía, de la nada al todo, de la lucha al descanso, del miedo al amor. 

Cada vez hay más paz, más claridad en mi pensamiento y poder en mis acciones, más amor y armonía en mis relaciones, más inspiración en mi exploración creativa, más belleza en mi percepción del mundo y más alegría, que no tiene causa, simplemente es, como la de los perros disfrutando su mera existencia al jugar en el campo.

Llevo tiempo contando aquí y allá a amigos y familiares sobre lo que estoy viviendo. Pero ahora, siento que debo compartir por escrito y públicamente todo lo que estoy descubriendo y viviendo. La alegría siempre quiere ser compartida. Inmediatamente, este deseo ha hecho brotar todo tipo de miedos e inseguridades. Pero la presión interna crece y crece, y sé que no cederá ante mis sombras. Hay una sensación de inevitabilidad, es algo que el Universo quiere que haga.

Te cuento sobre el misterio del día de hoy, para que entiendas por qué digo esto.

Ayer descubrí a un hombre llamado Jim Rohn que se dedicó, entre otras cosas, a enseñar a otras personas a alcanzar la independencia financiera. Hoy comencé a escuchar un audiolibro suyo llamado “How to have the best year ever”. Una de las primeras cosas que cuenta, sin tener una relación muy clara de primeras con el tema de las finanzas, es sobre cómo Jesús, al dar su Sermón de la Montaña, era consciente de que algunas personas se reirían de él, otras se burlarían y otras no entenderían nada. Y así fue. Pero también sabía que habría unos cuantos que entenderían, y a ellos se dirigía. No intentó amoldar su mensaje para evitar las reacciones negativas. Él dijo lo que tenía que decir.

Esto me ha resonado y hecho sonreír mientras paseaba (Jim tiene mucha gracia), pero no lo he entendido de verdad en el momento.

Al volver a casa, mientras subía las escaleras, me he sentido atacado de pronto por un montón de miedos e inseguridades que querían impedirme escribir esta carta y todas las que vendrán después. Me han hecho dudar una vez más. Eran el miedo a ser juzgado como un loco, como un pretencioso, el miedo a que nadie me entienda o me crea. Miedo, en definitiva, a ser vulnerable.

Un rato después, meditando, he llegado de pronto a un lugar muy profundo, y ahí, la siguiente oración ha brotado de la nada:

“Señor Jesucristo, invoco tu presencia. Ayúdame a llevar este proyecto a cabo, que yo no tengo fuerzas ni valor suficientes. Sé el viento que me impulsa a través de todos los desafíos. Guía mis acciones y mis palabras para que vengan de Ti, y vayan hacia Ti. Amén.”

En ese momento, una corriente de energía poderosísima me ha atravesado de la base de la columna hasta la cabeza, irguiendo mi cuerpo con un poder imparable y a la vez con una sutileza y suavidad exquisitas. Me he reído, al sentir cómo esa corriente se abría paso por todo mi cuerpo y me inundaba de vitalidad. Había pedido un viento, pero he recibido un rayo.

Al acabar esa corriente me he sentado a escribir, pero en seguida un miedo mudo me ha invadido y he acabado limpiando el escritorio del ordenador, organizando mi Google Drive y hasta haciendo una actualización a otro sistema operativo. Mi ordenador inutilizado durante una hora. Tácticas de evasión avanzadas, vaya.

Unas horas después, he vuelto a meditar.

Esta vez, lo que ha aparecido en mi mundo interno con una claridad tremenda es que efectivamente, esto forma parte del plan que Dios tiene para mí, y que mi única misión en este planeta es aceptar la parte que me toca. De la nada ha surgido una voz: “acepto mi papel en Tu plan”.

Otro rayo ha iluminado mi sistema nervioso y, con él, ha vuelto a mi mente la charla de Jim Rohn. He dejado de meditar y he buscado en mi estantería la Biblia que tenía del cole de monjas y que llevaba años sin abrir. He visto que tenía un marcapáginas todavía, y he abierto por esa página. He leído la primera línea y decía “Las bienaventuranzas”. Era el principio del Sermón de la Montaña. Debí de dejar el marcapáginas ahí, hace nosecuantos años, en preparación para este momento.

He sentido entonces una paz indecible. Los pocos vestigios que quedan en mí del ateo que fui, en este momento, se han arrodillado ante Cristo a dar las gracias junto con el resto de mi ser. He comenzado a leer y estos pasajes han resonado en mí como un órgano de luz:

Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Y esto:

Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Al leer esto último, he cerrado el libro. Dylan estaba delante de mí, gruñendo con una pelota en la boca para que jugase con él, pero estaba como detrás de un velo, o como en un sueño. Yo estaba detrás, en otro espacio más amplio y claro, como en compañía de ángeles. Lo siguiente que ha ocurrido es que he escrito todo esto.

¿Y los dragones? Esta vez no había ni rastro de ellos. Quizás fueron fulminados por los rayos. O quizás antes los veía porque estaba mirando hacia mi sombra, la que proyecto cuando miro en dirección contraria a la luz. Hoy me he dado la vuelta y he mirado hacia la luz. Y ahí, el camino aparecía despejado. Así que, con esta carta, una sonrisa, y un viento imparable hinchando mis velas abiertas, comienzo a recorrerlo.

A.