Canto a la Luz Oscura
PARTE I
En su Canto a la Luz Oscura, Melas,
El poeta imaginario, describe
La trágica existencia de los dolores:
Sus vidas transcurren en la imaginación
De las criaturas inocentes
Que han sido engañadas, atraídas
Y finalmente engullidas por Sombra.
Donde antes había una liebre,
Un niño, un sueño o un afecto
Ahora solo queda un espectro
De presencia ominosa al que pocos
Son capaces de mirar a la cara.
El espejo de espejos oscuros
Se alimenta del miedo que contemplan.
Sus voces inocentes se distorsionan
Sus canciones alegres enmudecen
Y solo queda un grito insoportable.
“Los gritos no son bienvenidos aquí”
Dice Sombra en su falsa amistad
Y oculta sus historias humilladas
Bajo el manto pesado del silencio.
En la oscuridad, olvidan el aspecto
De su rostro y de sus cuerpos benditos.
Con el paso de un tiempo desatado
Los engaños de Sombra se arremolinan
En torno al corazón y ocultan la brasa,
aún ardiente, que no cesa de cantar,
Con su cálida luz, canciones de hogar.
Todo lo que queda de cierto en sus vidas
Es el dolor: ausencia de luz que la
Brasa proyecta en sus pechos encogidos,
Como una columna de luz oscura,
Al toparse con las nubes de Sombra.
Es ese dolor, que no cesa ni calla
Al que ahora, temerosos, llaman “yo”.
Ahí culmina el engaño de Sombra:
Su hijo imaginario, el dolor,
Enmascara a la criatura inocente
Que huye ahora despavorida
De toda mirada luminosa
Porque en ser vista está la muerte
De esa vida que no es vida sino ausencia.
¿Quién se mirará en el espejo oscuro?
¿Quién verá el engaño de ese falso nombre?
¿Quién se lanzará, flecha incendiaria,
Contra las nubes urdidas por Sombra?
¿Quién oirá la voz sagrada de esa brasa,
Y sus canciones de cuna celeste,
A través de los gritos negros del dolor?
PARTE II
Mito despertó. Cada mañana en
Un lugar distinto. Cada noche
Ocultaba su cuerpo y deslizaba
Su mente más allá, habitando
Ahora el canto del viento, que trae
Canciones de estrellas remotas,
Ahora las plumas plateadas
De un búho que vuela silencioso.
Al despertar, fuese o no hermoso
El paisaje que le acogía, Mito
Amanecía siempre de buen humor
Pues su vista hoy alcanzaba más que ayer.
Conforme desplegaba sus horizontes,
alas que escribía verso a verso,
Su caminar se hacía más ligero
Confundiéndose ya con vuelo raso.
Y así se movía siempre siguiendo, sin
Dejar huella, las huellas de algún dolor.
Allí donde la canción alegre enmudecía
Y el silencio sonaba como un trueno
Allí donde la vida se asfixiaba
Y lo verde era gris y lo blanco negro
Allí rondaba algún dolor, con una
Canción de vida y muerte en la lengua.
Aquel día, Mito despertó entre helechos.
Sus hojas cubiertas de versos en un
Idioma antiguo que no supo leer.
Se contentó con saber que alguien,
Antes que él, había compuesto canciones,
Dejándolas escritas en la vida del bosque.
El Sol caía, de arriba a abajo,
Repartiendo su luz a todos por igual.
Mito se irguió, y como hacía en cada
Instante de vigilia, buscó en el entorno
El punto más oscuro, que siempre
Encontraba en su propia sombra. Hoy la
Vio dormida bajo un roble. Se sentó
A su lado y, con ojos serenos, clavó
Su corazón en el centro del mundo.
El bosque dejó de respirar.
Las pequeñas bestias salieron de sus
Escondrijos, y el roble, tembloroso,
Comenzó a soltar sus hojas, tratando
De crear un manto que ocultase
La sombra, pero nada proveniente de
Este mundo podía hacerla desaparecer.
La luz palideció bajo el roble y la sombra
Se oscureció hasta abrir un túnel.
Finalmente, la sombra se alzó gritando
de forma espantosa. Toda criatura huyó,
Pero Mito mantuvo sus ojos fijos.
El dolor adoptó la forma siniestra
De una enorme araña. Después
Se alargó y hundió su cuerpo en la tierra.
Mito vio ante sus ojos un árbol negro
Con patas de araña en lugar de ramas.
El dolor, desesperado ante su mirada,
Abandonó la forma y apareció ante Mito
Como el terror mismo. Un ala negra
Eclipsó el Sol. Mito permaneció inmóvil
Y dejó que sus oídos se inundasen con
El grito de la muerte misma. Le dijo:
“No hay nada en mí salvo amor hacia ti”
Y el dolor se hizo rayo y fulminó la sombra.
PARTE III
Mito despertó al oír la canción
Alegre de una risa. Pero al mirar,
No vio a nadie. Ante él, un mundo
Nuevo nacía en destellos verdes.
El Sol vertía un océano de luz
Desde el zenit, y no había sombras
Allí que Mito pudiese ver. La vida
Avanzaba como una marcha triunfal.
Frente a Mito, donde antes estuvo
Su sombra, ahora había una pluma
Plateada. La tomó, y en tinta celeste
Escribió un nuevo horizonte. Al acabar,
Se ató las sandalias y, aún tarareando
La nueva canción, se puso en pie
Y comenzó a caminar de nuevo,
Más ligero que ayer, buscando huellas.
La canción decía así:
La primera vez que supe de ti
Fue en el reflejo de un cristal negro
Traté de atraparte, pero al hacerlo
Moví el agua y te deshiciste.
Esperé tu retorno y, al volver,
me hablaste de la Luna.
Salté entonces de nube en nube
Y agarré las crines de un cometa
Que me llevó hasta ti.
Pero al pisar la tierra blanca
Vi que la oscurecía
“¡No puedo estar contigo
Sin apagar tu luz!”
“La luz no es mía”, dijo.
Me hablaste entonces del Sol
Y salté al vacío, lejos de la Tierra,
siguiendo la sonrisa de la Luna.
Al acercarme y, sin poder frenar,
Mi cuerpo se deshizo en un haz de luz.
Seguí avanzando y,
Al llegar al centro del Sol,
Encontré una pequeña llama esférica,
“¿Eres tú la luz
que enciende a todas las demás?”
A lo que ella contestó:
“No entiendo tu pregunta,
¡Tú me encendiste al llegar!”
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