Mi carta de hoy habla sobre este poema, cómo lo escribí y algunas reflexiones sobre el proceso creativo y la inspiración. Lo vuelvo a poner porque la poesía siempre es bueno leerla al menos un par de veces. Pero si no te apetece, ¡la carta está al final!
Canto a la Luz Oscura
PARTE I
En su Canto a la Luz Oscura, Melas,
El poeta imaginario, describe
La trágica existencia de los dolores:
Sus vidas transcurren en la imaginación
De las criaturas inocentes
Que han sido engañadas, atraídas
Y finalmente engullidas por Sombra.
Donde antes había una liebre,
Un niño, un sueño o un afecto
Ahora solo queda un espectro
De presencia ominosa al que pocos
Son capaces de mirar a la cara.
El espejo de espejos oscuros
Se alimenta del miedo que contemplan.
Sus voces inocentes se distorsionan
Sus canciones alegres enmudecen
Y solo queda un grito insoportable.
“Los gritos no son bienvenidos aquí”
Dice Sombra en su falsa amistad
Y oculta sus historias humilladas
Bajo el manto pesado del silencio.
En la oscuridad, olvidan el aspecto
De su rostro y de sus cuerpos benditos.
Con el paso de un tiempo desatado
Los engaños de Sombra se arremolinan
En torno al corazón y ocultan la brasa,
aún ardiente, que no cesa de cantar,
Con su cálida luz, canciones de hogar.
Todo lo que queda de cierto en sus vidas
Es el dolor: ausencia de luz que la
Brasa proyecta en sus pechos encogidos,
Como una columna de luz oscura,
Al toparse con las nubes de Sombra.
Es ese dolor, que no cesa ni calla
Al que ahora, temerosos, llaman “yo”.
Ahí culmina el engaño de Sombra:
Su hijo imaginario, el dolor,
Enmascara a la criatura inocente
Que huye ahora despavorida
De toda mirada luminosa
Porque en ser vista está la muerte
De esa vida que no es vida sino ausencia.
¿Quién se mirará en el espejo oscuro?
¿Quién verá el engaño de ese falso nombre?
¿Quién se lanzará, flecha incendiaria,
Contra las nubes urdidas por Sombra?
¿Quién oirá la voz sagrada de esa brasa,
Y sus canciones de cuna celeste,
A través de los gritos negros del dolor?
PARTE II
Mito despertó. Cada mañana en
Un lugar distinto. Cada noche
Ocultaba su cuerpo y deslizaba
Su mente más allá, habitando
Ahora el canto del viento, que trae
Canciones de estrellas remotas,
Ahora las plumas plateadas
De un búho que vuela silencioso.
Al despertar, fuese o no hermoso
El paisaje que le acogía, Mito
Amanecía siempre de buen humor
Pues su vista hoy alcanzaba más que ayer.
Conforme desplegaba sus horizontes,
alas que escribía verso a verso,
Su caminar se hacía más ligero
Confundiéndose ya con vuelo raso.
Y así se movía siempre siguiendo, sin
Dejar huella, las huellas de algún dolor.
Allí donde la canción alegre enmudecía
Y el silencio sonaba como un trueno
Allí donde la vida se asfixiaba
Y lo verde era gris y lo blanco negro
Allí rondaba algún dolor, con una
Canción de vida y muerte en la lengua.
Aquel día, Mito despertó entre helechos.
Sus hojas cubiertas de versos en un
Idioma antiguo que no supo leer.
Se contentó con saber que alguien,
Antes que él, había compuesto canciones,
Dejándolas escritas en la vida del bosque.
El Sol caía, de arriba a abajo,
Repartiendo su luz a todos por igual.
Mito se irguió, y como hacía en cada
Instante de vigilia, buscó en el entorno
El punto más oscuro, que siempre
Encontraba en su propia sombra. Hoy la
Vio dormida bajo un roble. Se sentó
A su lado y, con ojos serenos, clavó
Su corazón en el centro del mundo.
El bosque dejó de respirar.
Las pequeñas bestias salieron de sus
Escondrijos, y el roble, tembloroso,
Comenzó a soltar sus hojas, tratando
De crear un manto que ocultase
La sombra, pero nada proveniente de
Este mundo podía hacerla desaparecer.
La luz palideció bajo el roble y la sombra
Se oscureció hasta abrir un túnel.
Finalmente, la sombra se alzó gritando
de forma espantosa. Toda criatura huyó,
Pero Mito mantuvo sus ojos fijos.
El dolor adoptó la forma siniestra
De una enorme araña. Después
Se alargó y hundió su cuerpo en la tierra.
Mito vio ante sus ojos un árbol negro
Con patas de araña en lugar de ramas.
El dolor, desesperado ante su mirada,
Abandonó la forma y apareció ante Mito
Como el terror mismo. Un ala negra
Eclipsó el Sol. Mito permaneció inmóvil
Y dejó que sus oídos se inundasen con
El grito de la muerte misma. Le dijo:
“No hay nada en mí salvo amor hacia ti”
Y el dolor se hizo rayo y fulminó la sombra.
PARTE III
Mito despertó al oír la canción
Alegre de una risa. Pero al mirar,
No vio a nadie. Ante él, un mundo
Nuevo nacía en destellos verdes.
El Sol vertía un océano de luz
Desde el zenit, y no había sombras
Allí que Mito pudiese ver. La vida
Avanzaba como una marcha triunfal.
Frente a Mito, donde antes estuvo
Su sombra, ahora había una pluma
Plateada. La tomó, y en tinta celeste
Escribió un nuevo horizonte. Al acabar,
Se ató las sandalias y, aún tarareando
La nueva canción, se puso en pie
Y comenzó a caminar de nuevo,
Más ligero que ayer, buscando huellas.
La canción decía así:
La primera vez que supe de ti
Fue en el reflejo de un cristal negro
Traté de atraparte, pero al hacerlo
Moví el agua y te deshiciste.
Esperé tu retorno y, al volver,
me hablaste de la Luna.
Salté entonces de nube en nube
Y agarré las crines de un cometa
Que me llevó hasta ti.
Pero al pisar la tierra blanca
Vi que la oscurecía
“¡No puedo estar contigo
Sin apagar tu luz!”
“La luz no es mía”, dijo.
Me hablaste entonces del Sol
Y salté al vacío, lejos de la Tierra,
siguiendo la sonrisa de la Luna.
Al acercarme y, sin poder frenar,
Mi cuerpo se deshizo en un haz de luz.
Seguí avanzando y,
Al llegar al centro del Sol,
Encontré una pequeña llama esférica,
“¿Eres tú la luz
que enciende a todas las demás?”
A lo que ella contestó:
“No entiendo tu pregunta,
¡Tú me encendiste al llegar!”
Escribí “Canto a la Luz Oscura” tras 5 meses sin componer ninguna canción o poema. Durante este tiempo he volcado una cantidad enorme de energía creativa en Esferas, así que he seguido expresándome. Pero ha sido principalmente en un lenguaje descriptivo, y hay cosas que no pueden ser explicadas directamente. De hecho, cada vez veo más claro que mayormente utilizamos el lenguaje para ocultar la verdad. La realidad siempre está más allá de lo que pueda ser expresado en palabras. Trata de describir el sabor de un melocotón a alguien que nunca ha probado uno.
Ahí es donde entran la música y la poesía que, en lugar de explicar, tienen la misteriosa capacidad de crear una experiencia. Así que, más que intentar entender, lo mejor que uno puede hacer al escuchar música o un poema es sentarse con los pies colgando en el borde de lo conocido, y contemplar el misterio que está más allá.
En los mapas antiguos, las zonas que aún no habían sido exploradas llevaban la inscripción “Terra In Cognita”. Durante estos 5 meses, el trabajo espiritual que he estado haciendo ha sido como una expedición hacia esa Terra In Cognita, donde los dragones y los tesoros esperan. Este poema condensa todas esas aventuras, como un elixir que contiene la esencia.
El poema llegó en dos sentadas. En la primera, escribí en prosa la Parte II, donde Mito se enfrenta a un dolor para adquirir su canción. Sentí entonces que debía escribir también una especie de introducción en la que explicase a qué me refería al hablar de los dolores. Lo intenté, pero me pareció tan complejo y abstracto que lo dejé al poco de empezar.
Unas semanas más tarde, me senté a escribir la carta de esa semana. Como ya va siendo costumbre, me senté delante de la hoja en blanco y dije en oración: «Señor, haz de mí tu instrumento de creación. Si hay algo que quieras expresar a través de mí, aquí estoy para hacerlo.»
Antes de acabar la oración, ese texto sobre Mito que dejé a medias me volvió a la mente. Fue lo primero que apareció y decidí respetar esa propuesta, por difícil que pareciese de primeras. Me puse manos a la obra. Pasé las siguientes 6 horas inmerso en un proceso creativo febril, suplicando una y otra vez que aquel poema fuese acabado. Era algo tan abstracto y simbólico que me sentía totalmente incapaz de resolver el puzzle yo solo. Cada vez que lo intentaba por mis propios medios, ejerciendo un esfuerzo, me sentía atascado y frustrado. Al reconocer que estaba empujando, me levantaba y hacía otra cosa: tocar un poco el piano, tumbarme en la cama, sentarme a meditar… y sin planearlo ni pensarlo, siempre me volvía a encontrar frente al ordenador con una idea nueva que me permitía avanzar.
El mayor desafío quizás fue, a medida que el poema iba tomando forma, reconocer el orgullo que iba surgiendo dentro de mí. El orgullo trae consigo un buen sabor de primeras «¡mira qué pasada lo que estoy haciendo!», pero contiene un error de comprensión: se basa en la perspectiva de que yo, Antonio, he creado esa obra solito.
Un velero, por bueno, bonito y caro que sea no avanza por sí solo; es el viento el que lo hace avanzar. Si no hay viento, puede tirar de motor, pero la gasolina es limitada y antes o después se agota. En cambio el viento puede hacerle cruzar un océano sin consumir la más mínima energía. Todo lo que debe hacer el marinero es levantar las velas, tratar de colocarlas de la mejor manera posible y confiar en esa fuerza invisible y poderosa.
Sentirse orgulloso, como todas las demás emociones que giran en torno a un yo personal limitado, provocan automáticamente que uno descuide las velas. Creer que uno es el creador es dejar a la divinidad fuera de la ecuación y, por lo tanto, cerrar el canal de la inspiración.
Esa limitación, además, trae consigo un miedo capaz de sabotear el proceso entero: «¿Y si no soy capaz de terminarlo?» Si yo, Antonio, soy responsable de acabar un poema que ni siquiera entiendo, es probable que no escriba un verso más. Pero Antonio no es responsable de crear ni de entender nada; es responsable de estar ahí, poner sus habilidades al servicio del viento, y esperar a que sople. Realmente siempre está soplando; la Creación es un proceso continuo, que percibimos como la Evolución, y lo que hace el artista es navegar en la cresta de esa ola cósmica para producir algo nuevo.
La manera en la que he aprendido a manejar ese orgullo limitante es a transformarlo en agradecimiento. El orgullo es vulnerable: trae consigo miedo y deseo. El agradecimiento es divino: trae consigo alegría y confianza. En lugar de sentirme orgulloso de haber compuesto algo, me siento agradecido de haber recibido esa inspiración que trae consigo imágenes, melodías e ideas nuevas y sorprendentes. Cosas que no sabía o que nunca había imaginado, y que sin embargo resultan tremendamente honestas con lo que soy en ese momento. Suelen además ser sanadoras; perspectivas que resuelven algún conflicto interno o simplemente mensajes de un amor tan poderoso que deshacen a uno en lágrimas de alivio. Son regalos y, si uno los trata como tal, se abre a recibir más.
Ejemplo de eso fue el final del poema. Sentí que le faltaba algo. «Qué bueno sería acabar con la canción que Mito escribe en tinta celeste.» Siendo una canción dentro del propio poema, tenía que ser algo de una temática totalmente distinta, pero a la vez coherente con el lenguaje del texto entero. Sentí que era imposible resolver algo así pensando, así que ni lo intenté. Lo que hice fue rezar, pedir ayuda, y esperar. En esa espera me preparé la comida, y nada más sentarme a comer recibí la idea de la canción. Volví inmediatamente al escritorio, escribí en un estado casi de euforia esa canción sobre la búsqueda de la fuente de la luz, y tras escribirlo me volví a la mesa a acabarme la comida, aún caliente.
Gracias Señor por este poema-regalo y por entrenarme, con cada una de estas cartas, a ser cada vez un mejor marinero.
Con todo mi amor,
A.
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