7. Lo Inextinguible

Frente a mi casa crece un árbol de 5 pisos de altura. Yo vivo en el cuarto, así que vivo en conversación con su copa. Lo he llamado Serefé, que es la palabra que usan los turcos al brindar. ¡Serefé!

Hoy he ido a saludarlo; hacía tiempo que no me acercaba. Su tronco, húmedo por la lluvia, estaba cubierto de un liquen brillante. A sus pies estaba el cuerpo de un pájaro, aunque he tardado en reconocerlo como tal porque en su proceso de descomposición ya era más parecido a la tierra a la que volvía. La vida lo había abandonado, como el que abandona unos zapatos que ya no sirven. Está bien así, ahora alimenta las raíces de Serefé, que coge fuerzas para la primavera.

He ido a clase de yoga esta mañana, y por el camino iba jugando en mi mente con una idea:

“Solo hay una vida, y es la Vida que comparto con Dios”

Esto es lo que se llama una práctica contemplativa. La meditación tiene sus límites; no siempre puedes sentarte y cerrar los ojos media hora. Pero sí puedes rumiar una idea a lo largo de todo un día, y dejar que poco a poco vaya revelando su significado.

En mi vida de estudiante en Estados Unidos, donde la gente corre más que anda, es una práctica que me ayuda a encontrar pequeños instantes de reconexión a lo largo del día. A veces es un solo instante, una visión fugaz, pero eso es todo lo que hace falta para recordar lo que realmente soy.

Recordar lo que realmente soy…

“Re-cordar” significa volver a pasar por el corazón. Así que, en esos momentos felices, vuelvo a vislumbrar en mi corazón la inefable realidad de lo que soy.

Lo que este tipo de práctica hace es dirigir la atención a algo más sutil. Entrena mi mente a distinguir objetos cada vez más y más sutiles.

Por ejemplo: date cuenta del aire que te rodea y que estás respirando.

El aire es un “objeto” más sutil que la pantalla a la que estás mirando, o que tus manos o el sonido que llega a tus oídos. Rara vez nos acordamos de que estamos inmersos en un fluido, igual que peces en el agua. No es difícil darse cuenta de ello, solo hace falta un pensamiento, y de pronto ahí está, rodeándonos en todas direcciones, flotando en torno a toda la superficie terrestre para que todos los seres vivos respiremos.

Tomar consciencia de ello crea espacio ¿verdad? Ensancha la mente. Aunque sigas mirando el móvil, eres consciente de la periferia, del espacio en el que estás. No sé a ti, pero a mí se me relajan los hombros al ensanchar así mi consciencia.

Ese es el poder de las palabras: determinan lo que tu percepción te muestra, es decir, el mundo en el que vives subjetivamente.

Si te pasas 2 años repitiendo conscientemente “qué sucio está todo”, ¿qué clase de mundo estarás entrenándote a ver? Si en cambio practicas el pensamiento “gracias por las infinitas formas en que el mundo a mi alrededor me sostiene”, ¿Cómo afectará eso a tu forma de ver tu vida?

A esto se refería San Agustín cuando dijo “Fe es creer en lo que no puedes ver; la recompensa de la fe es ver lo que crees.»

Llevo una temporada jugando a esto, haciendo un curso llamado Un Curso de Milagros, que tiene 365 ideas para contemplar, una por día. Todas las ideas apuntan hacia Dios. Todas contienen toda la verdad.

Una analogía sería esta: imagina 365 espejos, todos de formas distintas, pero todos reflejando el mismo sol. Cada espejo es distinto. Los más grandes y limpios reflejan más luz y los más pequeños y oscuros menos. Pero el mismo sol puede verse en su totalidad en todos los espejos. Esto también es verdad en el caso de las religiones: su forma y capacidad reflectiva puede variar, pero todas reflejan la misma luz.

El espejo de hoy, el 167, mostraba esto: “Solo hay una vida, y es la Vida que comparto con Dios”.

Nada más despertar la he leído, junto con su explicación, y luego la he repetido en mi mente una y otra vez durante el resto del día, abriendo mi mente a cualquier cambio que quisiese producirse en mi experiencia del mundo.

Es la razón por la que he ido a ver a Serefé después de tanto tiempo. Hoy no aparecía en mi percepción como si fuese mobiliario urbano. Hoy he ido a saludar a la vida que soy y que fluye por su tronco igual que por el mío.

Es lo que estaba ausente en el cuerpo del pájaro.

Si tomar consciencia del aire que te rodea crea una sensación de espacio, tomar consciencia de la vida que te anima crea una sensación de infinito, de libertad. También produce una alegría profunda. Tal era mi alegría hoy que una profesora me ha preguntado “¿Estás bien?” en mitad de clase. Estábamos haciendo un examen, y le ha debido parecer raro que yo lo hiciese con una sonrisa de oreja a oreja, casi conteniendo la risa.

En la India, que son muy finos con estas cosas, tienen una expresión maravillosa que resume esto: Sat-Chit-Ananda.

Sat se refiere a la realidad última, a lo que somos en verdad, más allá de todas las creencias. Puedes llamarlo Dios, Vida, consciencia, Ser, Verdad, Fuente, Cristo, Buda o también puedes no llamarlo de ninguna manera. El nombre es solo un espejo, lo importante es lo que refleja.

Chit se refiere a ser consciente, a la comprensión o conocimiento.

Ananda se refiere a la alegría, a la felicidad pura.

Sat-Chit-Ananda significa algo así como: “ser consciente de tu Ser es la felicidad pura.”

Otra forma de ponerlo, en inglés del siglo XXI mejor que en sánscrito de hace 4000 años. El Dr. David R. Hawkins lo describe así:

“The way to God is through the joy of the present. And what is the joy of the present? The joy of the present is the full experience of the presence of the source of one’s creation.”

Al mantener en mente durante todo el día “Solo hay una vida, y es la Vida que comparto con Dios”, le estaba diciendo a mi mente “muéstrame esto”. Y me lo ha mostrado de muchas maneras:

Ha habido momentos en los que he sentido que era uno con todas las personas y árboles de mi alrededor.

Ha habido momentos en los que simplemente aparecía esa alegría, capaz de sacarme una sonrisa durante todo un examen.

Ha habido un momento especialmente bello, más difícil de describir. Lo voy a intentar: era al final de mi clase de yoga, tumbado en el suelo con los ojos cerrados. El chico de mi lado, un hombre joven, fuerte y serio con el que suelo coincidir, estaba llorando silenciosamente. He sentido amor por él, sabiendo que estaba pasando por una ruptura muy reciente. Supongo que esa apertura del corazón me ha hecho ver lo siguiente:

He recordado “solo hay una vida, y es la Vida que comparto con Dios”. He visto entonces que yo no soy el cuerpo, sino la Vida que lo habita, anima y conoce por un periodo de tiempo. No soy el cuerpo del pájaro hecho de tierra. Soy la vida que un día entró en ese huevo fecundado, que otro día abandonó ese pequeño cuerpo alado, y que hoy sigue siendo vida en Antonio.

He sentido que yo era esa Vida, entrando en mi cuerpo e insuflando vida a cada célula, iluminando con la luz de la consciencia cada sensación, cada emoción, cada percepción, cada pensamiento. He entendido que esa Vida que soy entró en este cuerpo en algún momento poco después de la concepción, y que ha conocido a Antonio en cada momento de su breve existencia. Ha estado ahí, constante, intocable y cósmica, en cada enfermedad, en cada dolor, en cada miedo, en cada llanto, en cada carcajada, en cada sueño, en cada siesta y comida, en cada ducha y baño en el mar, en cada abrazo y beso, en cada momento de inspiración al pintar o escribir canciones, en cada gran decisión tomada con 10 kilos de miedo y 11 de valor.

Esa Vida que soy – y que comparto con todo ser vivo. – conoce a este bello Antonio hasta el último rincón de su corazón. Y no solo lo conoce, sino que lo ha hecho crecer igual que hace crecer a las rosas desde el tallo. Es la fuerza que lo impulsa a desarrollarse siempre en dirección a su máximo potencial, hacia la armonía y la salud.

No sé si jugasteis alguna vez a los Sims, o mejor aún, con un Tamagotchi. Cuidar de ese pequeño ser digital hace que poco a poco te encariñes con él. Imagina lo que esa Vida de la que hablo siente por ti, que eres su creación y te ha animado (en todos los sentidos de la palabra) en cada momento de tu existencia.

El amor de una madre palidece en comparación, aunque es su mayor reflejo en este planeta. Tu madre compartió su vida contigo durante 9 meses, y eso es suficiente para despertar un amor incondicional que dura el resto de la vida. Esta Vida de la que hablo te ha acompañado en cada instante de tu existencia. Tu madre te ha dado el pecho y alimentado durante muchos años. Esta Vida es la fuerza que mantiene tu respiración en marcha. Tu madre es el canal por el que entraste a este mundo hace años. Esta Vida es la fuente de la que brotaste entonces y de la que brotas ahora.

Hoy he recibido ese regalo: un atisbo de sat-chit-ananda, la alegría del presente, ser consciente (en cierta medida) de la fuente de nuestra creación, aquí y ahora, de la Vida única y universal que nos anima y del Amor infinito con el que lo hace.

Hoy te deseo esa alegría y ese amor. Hoy y siempre. Es tu derecho de nacimiento.

A.

Esta semana, dándole vueltas a este tema de la vida eterna, ha llegado a mí esta sinfonía. La escribió el compositor danés Carl Nielsen en 1916, en plena Primera Guerra Mundial. Claramente le estaba dando vueltas a este tema también. Le escribió esto a su mujer:

«Tengo una idea para una nueva composición, que no tiene programa, pero que expresará lo que entendemos por el espíritu de la vida o manifestaciones de la vida, es decir, todo lo que se mueve, lo que quiere vivir… vida y movimiento, aunque variado, muy variado, pero conectado, y como si estuviera constantemente en movimiento, en un gran movimiento o flujo. Debe tener una palabra o un título muy corto para expresarlo; con eso será suficiente. Verdaderamente, no puedo explicar lo que quiero, pero lo que quiero es bueno.”

Finalmente la llamó “Lo Inextinguible”, y te la dejo aquí por si te apetece ver otro reflejo del mismo sol.