Estábamos sentados a una mesa redonda de cristal. Era una noche de verano en la que las estrellas cantaban como grillos y no había una mota de viento. Chicos y chicas en círculo, con guirnaldas de colores y caras pintadas de blanco, azul, verde y naranja. Alguien leyó un poema y los demás lo pintamos. Otro mostró un dibujo y los demás lo reflejamos en verso. Las libretas y los lápices iban y venían. La conversación y el silencio también. La alegría permanecía vibrando con la música. “Johnny says stay cool. Breath in, breath out”.
No sé cómo llegamos a ese punto, pero J. se desnudó y todos nos reímos porque cada vez lo hacía con más frecuencia. Se encontraba bien así. Surgió la idea de desnudarnos todos, pero hubo un momento de duda. El tono no era ni remotamente erótico, era más bien como unos niños a punto de hacer una travesura. ¿Lo hacemos? Ocurrió entonces lo último que me habría esperado: yo mismo comencé a desnudarme. Con lo pudoroso y tímido que había sido. Pero ahí me sentía sostenido en sus corazones, y como uno que se lanza al mar desde una altura, yo me quedé como vine al mundo delante de todos. Si yo, con mi timidez, estaba desnudo, nadie tenía excusa. Unos 15 segundos después estábamos todos completamente desnudos en torno a la mesa, vivos de risa. Vimos nuestros cuerpos, masculinos y femeninos, bellos y vulnerables en sus formas únicas, los aceptamos, los amamos, y seguimos pintando y escribiendo y charlando hasta que el frío nos vistió de nuevo.
El último gran cambio que se produjo a mi vuelta de Chicago fue la formación de un nuevo grupo de amigos. El día en que presenté mi proyecto de fin de carrera como ingeniero, me subí a un coche con J. y L. y partimos hacia el norte. Pasamos varios días en el País Vasco, bebiendo sidra, improvisando teatrillos, tocando canciones, bebiendo sidra, paseando entre hortensias y manzanos, bebiendo vino y también algo de sidra.
Un día, fuimos a un museo en el que había una mesa para que los niños se sentasen a pintar y hacer collages. Aceptamos la invitación y los tres nos sentamos a crear. Algo se apoderó de nosotros, y pasamos la siguiente hora totalmente concentrados en nuestro proceso creativo. Al acabar, sentimos que acabábamos de desbloquear algo grande. Este es el collage que yo hice.
Al volver a la casa en la que nos hospedábamos, nos volvimos a sentar, cada uno con su libreta, y comenzamos a dibujar. Esa noche debimos de pasar 6 horas dibujando sin parar, jugando a todos los juegos que nos venían a la mente: ahora un retrato al de tu izquierda, ahora al de la derecha, ahora pintamos un personaje inventado, ahora una metáfora, ahora os dibujo desde aquí, ahora desde allá. La noche entera se nos fue en ese éxtasis creativo. Aquí van algunos dibujos de aquella primera noche explosiva en la que descubrí mi trazo.
Repetimos el plan todos los días restantes del viaje. Estábamos borrachos no solo de sidra sino también de la sensación de haber descubierto una nueva forma de relacionarnos y de crear. ¿Era aquello un nuevo movimiento artístico? No sabíamos lo que era, pero había algo nuevo ahí que nos envolvía e inspiraba sin fin aparente.
L. propuso que lo llamásemos Buguelass, un término acuñado por el humorista Ernesto Sevilla que según él es lo contrario a un dejà vu, es decir, cuando entras en un sitio y piensas “aquí no he estado en mi p*** vida”. Así nos sentíamos, y así lo llamamos.
Al volver a Madrid, P. convocó una reunión en su casa. Llevamos instrumentos, bañadores, toallas, lápices, cuadernos y nuestros cuerpos y mentes efervescentes, y lo juntamos todo en una fiesta que se acabó alargando varios días. Todos los presentes, que debíamos de ser 8 o 10, fuimos embrujados por Buguelass, y la fiesta fue como una secuencia de juegos creativos. Nos disfrazamos, pintamos cuadros colaborativos, hicimos círculos de armónicos en los que nuestras voces se fusionaban en un río de sonido, tocamos canciones viejas y otras improvisadas, bailamos de pie, tumbados, descalzos, en el agua, hicimos un manifiesto Buguelass que probablemente no tenía ningún sentido y nos lanzamos a una aventura conjunta que a día de hoy sigue evolucionando.
Buguelass era un grupo de amigos, pero era algo más. Era una cultura, un espíritu, una forma de relacionarse y de explorar la amistad y la creatividad en comunidad. Era un vehículo que nos llevaba una y otra vez a lugares mágicos. Como aquel día en el que…
Pájaros azules dejando estelas en el cielo oscuro de mi mente. Los árboles bailan como vivas llamas verdes enmarcando el río y alzándose como montañas en los márgenes de mi visión. Todo el bosque canta y ríe al unísono. ¡Ji ji jí, ja ja já! Al fin me atrevo y sumerjo mis pies en el agua helada y me resbalo a cada paso hasta llegar a la gran roca en el centro del río. La escalo, me tumbo en su vientre caliente y dejo que el sol seque mi piel. Carpas blancas volando lenta mente en su estanque celeste. Soy un cuenco vacío, ubicado en lo alto de un templo, recibiendo el universo en cascada.
Foto de Rachel Touset
Pero no siempre eran momentos de frenesí creativo. También había días largos de contemplación:
R. se daba un paseo a conversar con los olivos
I. leía unos versos sobre la nada
P. mezclaba yoga y baile en el salón
V. fumaba fuera, mezclando su silencio con la música suave
La voz de J. bajaba las escaleras haciendo escalas y arpegios
La de L. contraatacaba desde la ducha, cantando algo a medio camino entre Freddie Mercury y Baloo.
Yo meditaba o me sentaba a tocar la guitarra o a mirar a P. bailando o me unía al paseo de R.
Tardes largas y tranquilas, hasta que el hambre nos reunía a todos en la cocina. A. y S. habían estado cocinando una pasta carbonara. Abríamos entonces una botella de vino Buguelass, brindábamos como buenos hermanos, y así empezaba otra noche de dibujos, bailes y poemas.
Foto de Rachel Touset
Hoy leía sobre la etimología de la palabra crisis. Viene del verbo griego krinein, que significa “separar, decidir, juzgar”. Una crisis es cuando algo se rompe, y eso obliga a uno a analizar las piezas y ver qué hacer. De ahí también viene la palabra criterio.
En una crisis, una estructura que le daba forma a nuestra vida se queda obsoleta. Cuando la tensión llega al punto crítico, la estructura se resquebraja, y nuestra vida entra en un periodo de caos. Ese es el paso por el lado oscuro de la colina que tanto tememos. Pero es el peaje a pagar para poder dejar paso a nuevas estructuras que estén más alineadas con lo que realmente somos, y que nos encaminen hacia donde intuimos que debemos ir.
Esta época post-Chicago supuso una crisis general. Muchas de las estructuras que me sostenían se resquebrajaron. Por suerte, Buguelass llegó pronto al rescate. Así que, mientras que en algunas esferas daba mis primeros pasos hacia el lado oscuro de la colina, con este grupo de amigos ya estaba disfrutando de un nuevo orden en la cara soleada.
Buguelass fue un renacimiento.
Aquí encontré mi trazo al dibujar, mis dotes en la cocina o la libertad de volver a bailar, tras 15 años maniatado por la vergüenza.
Aquí encontré una comunidad en la que restaurar mi niñez. ¿Cuándo fue la última vez que miraste unas briznas de césped con asombro? Curiosamente, las cosas que hacía de niño y que ahora estaba desenterrando, son las que ahora dan forma, poco a poco, a cómo soy de adulto. Jugar con total seriedad, crear y expresarme sin miedo, aprender como un buen principiante, abrirme a los demás, invitándoles a que hagan lo mismo: estos son algunos de los ingredientes de los que estaba hecho Buguelass, y de los que quiero que esté hecha mi vida.
Buguelass, como todo ente viviente, ha pasado por sus propias crisis. Antiguos miembros se han ido y otros nuevos han llegado. Se han formado relaciones y otras se han separado. Pero algo permanece y nos sigue uniendo, siempre de formas nuevas y sorprendentes, para que creemos y crezcamos juntos.
De este grupo y su espíritu creativo inagotable ha surgido esta semana un nuevo fruto especialmente sabroso. Es la mayor obra conjunta desde que grabamos el videoclip de “If I Was a Bird”. Esta vez es Juan el que canta. Ha publicado el primer single de su nuevo disco, grabado con su banda completamente en directo y en cinta, con la valentía con que se grababa antes de que hubiese ordenadores. Rachel le ha grabado un videoclip hecho con marionetas y decorados increíbles que bien podrían estar en un museo. Todo rebosa amor, humor, talento y atención al detalle. Os lo dejo aquí. ¡A jugar se ha dicho!
A.