«El primer sorbo del vaso de la ciencia te hace ateo, pero al llegar al fondo del vaso Dios te está esperando»
Werner Heisenberg, padre de la física cuántica
De pequeño quería ser astronauta. Recuerdo muchas noches de verano en las que mi abuelo, mis primos y yo salíamos al jardín con el telescopio a ver las lunas de Júpiter o los anillos de Saturno. La Vía Láctea fue quizás mi primer objeto de contemplación: podía observar esa familia de estrellas cruzando el cielo nocturno como algo plano, como si estuviese pintada en una oscura bóveda. Pero con un giro de la imaginación, sabiendo que lo que estaba mirando era mi galaxia flotando en el vacío, de pronto ese camino de estrellas cobraba profundidad, y el infinito silenciaba mi mente, dejándola muda de asombro.
Cuántas maneras de mirar.
Crecí, y mi facilidad para las matemáticas y mi interés por la mecánica y la astronomía me llevaron a estudiar ingeniería. En aquel tiempo era un fiel defensor de la ciencia, en una cruzada contra todo aquello que fuese en contra de la lógica y el rigor científico.
Después descubrí a Dios y comencé a asomarme a la dimensión espiritual. Mi mente se quedó de nuevo muda de asombro. Tras haber descubierto ese otro mundo, volví a mirar a mi preciada lógica y a la ciencia, y la vi con otros ojos. Donde antes veía la autoridad máxima, ahora veía una herramienta poderosa, pero limitada. Entendí poco a poco que la ciencia puede observar y explicar cómo funcionan las cosas, pero no qué es aquello que observa, o cuál es su significado. Eso es territorio espiritual, y la ciencia no puede entrar ahí, está más allá de su campo de acción, en otro paradigma totalmente distinto.
Realmente no hay conflicto entre ambas esferas. La fe y la razón no son enemigas, sino que cada una se ocupa de lo suyo. Ambas cumplen su función: sin la ciencia no seguiría vivo; sin la conexión con el espíritu no sabría para que vivo, y no estaría escribiendo esta carta.
Históricamente, esta aparente incompatibilidad ha sido causa de mil batallas. Durante mucho tiempo, la religión mantuvo su hegemonía, y la gente como Galileo, que parecía contradecir lo que la Biblia decía, no tenía demasiado éxito. Sin embargo, la ciencia comenzó a acelerar. Newton describió con tanta precisión cómo se movían las cosas, que sus leyes fueron adoptadas como la verdad que rige el cosmos. Con la Ilustración, la razón se alzó como la salvadora del hombre, y echó a la fe del escenario. “Dios ha muerto”, dijo Nietzche poco tiempo después. Freud declaró que Dios no era más que una proyección mental, una imagen construida por el hombre para satisfacer su anhelo de seguridad en un mundo hostil. El mundo dijo “ajá”, y la ciencia se quedó sola y orgullosa en su misión mesiánica de solucionar los problemas de la humanidad.
Pero la Verdad siguió ahí, por supuesto. Dios no es algo que puedas matar, por mucho que los humanos votemos a favor. Todo lo que podemos hacer es rechazarlo y oscurecerlo, y eso hicimos. Nuestra visión del Universo quedó (muy) limitada a algo llamado materialismo reduccionista, que dice que todo lo que hay es materia. Realidades como el amor y la paz son meros efectos psicológicos de sustancias segregadas en el cuerpo. Lo más grave de todo: esta corriente “científica” sostiene que la consciencia es producto de la actividad eléctrica del cerebro. Esto, por supuesto, no ha sido demostrado científicamente, es más bien un dogma. Esto es lo que se conoce en la comunidad científica como “the hard problem”. Sin embargo, asumen que así es, utilizando no la razón sino la fe, paradójicamente. Esto nos deja con un universo inerte, determinista y falto de sentido. También nos deja a nosotros sin libre albedrío. El universo es una gran mesa de billar.
Hace unos 100 años, una nueva luz se encendió en el corazón mismo de la ciencia. Era el inicio de la mecánica cuántica, y algunos de los físicos desarrollando la teoría comenzaron a darse cuenta de que la consciencia humana jugaba un papel más allá de simplemente observar. Parece que, al observar, la consciencia humana alteraba lo observado. Esto causó un gran revuelo en el gallinero. Las implicaciones de este descubrimiento son tremendas. Si es cierto que la consciencia humana determina lo que ocurre, significa que realmente no hay un universo objetivo fuera de nuestra mente, sino que nuestra mente y el universo son un continuo inseparable, en constante interacción. Einstein se negó a aceptar esa posibilidad, prefiriendo mantener la creencia en un universo objetivo. Otros, sin embargo, aceptaron esa posibilidad, y desarrollaron una interpretación que dice algo más o menos así:
La manera en que las cosas ocurren sigue un proceso triple (The von Neumann/Stapp Approach):
Proceso 1: esto ha sido llamado “la elección de Heisenberg”. El experimentador decide qué quiere hacer. Es decir, en su mente, declara una intención. Nadie ha sido capaz de determinar qué causa esa decisión. Desde luego, no es resultado de lo que ocurre a nivel físico. Aquí es donde entra el libre albedrío en el edificio de la ciencia, vistiendo un traje púrpura mientras suena hip hop gregoriano, paseándose con chulería y dejando a todos los científicos deterministas con la boca abierta. “¡He vuelto!”, dice.
Proceso 2: este es el equivalente cuántico de las leyes de movimiento de Newton. Se refiere a lo que está ocurriendo a nivel físico. Es determinista y local. Como una pequeña mesa de billar en la que las jugadas posibles están superpuestas en una nube de probabilidad.
Proceso 3: esto ha sido llamado “la decisión por parte de la Naturaleza”. El experimentador declara una intención sobre cómo quiere actuar (Proceso 1), pero eso es una variable de muchas dentro del sistema físico (Proceso 2). Finalmente, es la Naturaleza la que decide qué ocurre, y eso es el Proceso 3.
He tomado esta información de este artículo, por si quieres profundizar en ello. Aunque es más accesible oir al propio Henry Stapp hablar de ello en YouTube.
La mecánica cuántica está en el límite entre la esfera de la ciencia y la esfera espiritual. Es como un puente entre un mundo y otro. Es la mecánica de la Creación. De hecho, si me he acercado a ello, no ha sido por mi interés por la ciencia, sino por mi interés por lo espiritual. Quería entender mejor qué es la intención y cómo afecta al desarrollo de mi vida.
Te comparto dos perspectivas, una sobre la oración y la otra sobre meditación. Y con eso acabo la carta, que el tema de la mecánica cuántica no es tabú, pero casi.
Sobre la oración, una transcripción que hice viendo una clase del Dr. Hawkins (“Perception & Positionality – June 2004). Alguien le pregunta sobre la oración y esta es su respuesta.
“Prayer is a declaration of intention. It has a certain energy of its own. It collapses the wave function. From the viewpoint of quantum mechanics, there is even a mathematics to it. It’s a statement of intention. If you pray for God’s will in a matter and surrender to God, then you’re not looking for an answer. So, you wouldn’t know if you got one because you’re surrendered already. But the likelihood, the potentiality of that which is prayed for, becomes higher. That which you hold in mind tends to manifest. So, it’s just holding in mind what would be the most desired thing, but without adding desire to it. And then you surrender. You see, you’re not trying to force God to give you this, that’s not really prayer. Prayer is really surrendering your vision to Divinity and if it’s karmically appropriate, and Divinity is in a good mood, it happens.”
Como ves, es el mismo mecanismo descrito anteriormente, pero con otros términos: Proceso 1: rezo, sosteniendo en mi mente qué me gustaría que pasase. Proceso 2: dentro de todas las cosas que pueden ocurrir, mi oración aumenta la probabilidad de aquello que deseo. Proceso 3: el Universo, o Dios, decide el resultado final.
“Por lo tanto os digo, cuando estéis pidiendo algo en oración, creed que ya lo habéis recibido y será vuestro”
Jesucristo (Marcos 11:24)
Otra opción más profunda y solo para valientes es esta: te das cuenta de lo limitada que es tu mente, que en realidad no sabes nada (Sócrates) y que por lo tanto no puedes saber qué es lo mejor para ti. Proceso 1: confiando en que Dios te conoce a la perfección y sí sabe lo que es mejor para ti, tu intención es simplemente apartarte de en medio y entregarte. Lo que ocurre a continuación es misterioso, y a menudo milagroso, dependiendo de lo profunda que sea la entrega.
“You will receive everything you need when you stop asking for what you do not need.”
Nisargadatta Maharaj
Segunda perspectiva, sobre la meditación. Hemos dicho que el Proceso 1 es tu intención. Lo efectiva que sea tu intención dependerá, en parte, de tu capacidad de sostener una intención a lo largo del tiempo. No es lo mismo declarar “voy a comer prestando atención a lo que como” y luego olvidarte de ello, que mantener esa intención en tu mente a lo largo de toda la comida sin distraerte. Eso es lo que uno entrena al practicar meditación. Cierras los ojos y declaras la intención “voy a prestar atención a las sensaciones que la respiración produce en mi nariz”. Después, cuando te des cuenta de que te has distraído, vuelves a esa intención. Y así, a base de repeticiones, fortaleces tu Proceso 1, es decir, cuánto pesa tu intención en la balanza que decide qué ocurre.
Y hasta aquí la teoría. Todos estos mecanismos es lo que de una manera u otra explican las tradiciones espirituales, occidentales y orientales. Ahora también, ¡avalado por la ciencia! Así que te invito a que ahora experimentes. Declara una intención para tu semana, para tu día, para la siguiente acción que vayas a hacer después de leer esta carta. Después observa.
Ah, una última perla, que puede servir de inspiración a la hora de elegir una intención:
“Wisdom consists in doing the next thing you have to do, doing it with your whole heart, and finding delight in doing it.”
Meister Eckhart
Hasta aquí por hoy, espero que esta información te sea útil. Ten buena semana. Te quiero.
A.