Aquí va otra analogía moderna: nuestra mente es como un ordenador. Por un lado está el hardware: la CPU, la pantalla, las memorias… Por otro lado está el software, es decir, todos los programas instalados en el hardware. El hardware es lo que el ordenador realmente es, y el software determina lo que uno puede hacer con el ordenador. El hardware es inocente, en el sentido de que no tiene de por sí la capacidad para saber si el programa es seguro y útil o si es un virus. Demasiados virus harán que el software colapse y el ordenador sea inutilizable. Pero el hardware se mantiene inmune e intocable a estos virus. Está, por así decirlo, en otro plano de existencia.
En esta analogía, el hardware es la consciencia y el software el contenido de nuestra mente.
La consciencia es lo que realmente somos.
Es lo que viene de fábrica y se mantiene inmutable a lo largo de toda nuestra vida.
Es a lo que llamamos “yo”.
Es lo que está viendo estas palabras.
Es lo que sabe que existes.
La consciencia es inocente, y nada de lo que aparezca en ella puede alterar esa inocencia.
Esa es la inocencia del niño, que acepta todo lo que le dicen como si fuese verdad. Esa inocencia es lo que amamos de los bebés. Pero según el niño va creciendo, el mundo le bombardea incesantemente con creencias e informaciones contradictorias. Si uno tiene suerte, esta programación tendrá destellos de verdad, especialmente si el niño está expuesto a menudo a la belleza. Un niño menos afortunado crecerá rodeado de fealdad y recibiendo una programación negativa basada en la falsedad y la separación. En cualquier caso, ningún humano escapa a esto. Según crecemos, la mente se va volviendo cada vez más contradictoria y oscura, y la luz de esa inocencia se va ocultando tras las nubes.
Sin embargo, la inocencia no ha ido a ningún lado, y nos acompaña toda nuestra vida. Esto es lo que representa el niño interno. Y no es que este niño desaparezca en las catacumbas de nuestra mente. Esa inocencia del niño está en primer plano, aquí y ahora, leyendo estas palabras sin saber qué grado de verdad contienen. Y es lo que luego verá las noticias sin saber si le están contando la verdad o si está siendo manipulado con programas negativos.
La mente humana, por su estructura innata, es incapaz de discernir percepción de esencia y, por lo tanto, lo verdadero de lo falso. Esto, unido a la inocencia de la consciencia, que dice que sí a todo, es la receta para el gran problema de la humanidad: la ignorancia. No ignorancia en el sentido de que seamos tontos, o de que no sepamos muchas cosas, sino de que no vemos la imagen completa de quién somos. Viendo solo un fragmento, es inevitable que cometamos errores. Esos errores es lo que llamamos pecado pero, como este modelo revela, no son fruto del mal, sino de la ignorancia. No sabemos quiénes somos.
Esto lo dijo Jesús: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. La salvación no es del mal, sino de la ignorancia.
Lo dijo Buda al explicar que el humano no iluminado vive en un mundo de ilusión (maya), repitiendo los mismos errores una y otra vez.
Sócrates dijo también que el hombre siempre elige lo que percibe como lo bueno, pero es incapaz de diferenciar lo que es realmente bueno (esencia), de lo que es falso (ilusión).
Descartes también habló de esto: hay una res interna cogitans (apariencia subjetiva) y una res externa o extensa (realidad objetiva), y somos incapaces de diferenciar una de la otra.
Bueno, y ¿qué significa todo esto?
Significa que desde el momento en que nacemos, comenzamos a incorporar como propias todo tipo de ideas que nos llegan de nuestro entorno, sin filtro que tamice lo verdadero de lo falso. Estas ideas se convierten en creencias. Nuestras creencias configuran nuestra mente de una determinada manera. Conocemos el mundo no directamente, sino a través de nuestra mente, y nuestras creencias se convierten en filtros que manipulan esta imagen. Si las creencias son erróneas, la imagen se distorsionará y esa vida estará abocada al sufrimiento. Si las creencias están alineadas con la realidad, la imagen será más verdadera, y esa persona llevará una vida más armoniosa y feliz. En cualquier caso, siempre vemos lo que creemos, y eso refuerza aún más nuestras creencias.
Nuestra proporción felicidad/sufrimiento está directamente relacionada con la proporción verdad/falsedad de nuestras creencias. Aquí algunas creencias falsas con las que todos o casi todos hemos sido programados y que nos mantienen en un bucle sin fin de sufrimiento:
“La fuente de la felicidad está fuera de nosotros”
“Más dinero/consumo es igual a más felicidad”
“No soy suficiente”
“Mi felicidad no puede estar completa sin una pareja”
“Mi valor personal lo determina mi éxito profesional y el reconocimiento externo”
“La vida consiste en acumular experiencias placenteras”
“El tiempo lo cura todo”
“Las personas no cambian”
“Si expreso mis emociones, los demás pensarán que soy débil”
“Debo ser perfecto para ser amado”
“Ser vulnerable es una señal de debilidad”
“Los problemas son siempre negativos”
“El fracaso es algo malo y debe evitarse a toda costa”
Estas creencias son solo algunas de las miles que conforman nuestra cultura actual, con lo cual, salvo que hayamos sido criados en el bosque por padres iluminados, es probable que nuestras mentes estén profundamente condicionadas por ellas.
Lo que un ordenador hace depende de los programas que tiene instalados. De la misma manera, lo que un humano hace depende de sus creencias. Es inevitable. Esta mañana he vuelto a leer el Sermón de la Montaña de Jesús, y dice:
“Guardaos bien de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.” [Mateo 7:15-20]
Las creencias son el software de nuestro ordenador, y por lo tanto determinarán cómo funcionemos en el mundo. Se convierten en ese sentido en profecías autocumplidas. Si a un niño le hacen creer que es tonto y mal estudiante, esa creencia hará que el niño se autosabotee y sea incapaz de sacar buenas notas. Si por el contrario, a un niño se le entrena para considerarse a sí mismo brillante y un gran estudiante, esa creencia por sí sola se encargará de activar los comportamientos necesarios para cumplir ese destino. Todo esto es mayormente inconsciente, simplemente pasa a convertirse en la forma de ser de esa persona.
La falsedad lleva al sufrimiento y al conflicto. La verdad lleva a la paz y el amor. Si hay sufrimiento, puedes estar seguro de que hay algún programa falso ejecutándose en tu mente; hay algún error que requiere corrección. Esto es verdad a nivel individual pero también a nivel social. La guerra es consecuencia de la falsedad. Si una población entera es programada con la creencia de que pertenecen a una raza superior, el desastre es inevitable. Goebbels, el ministro de propaganda nazi, conocía bien la verdad de lo que estoy contando hoy aquí sobre nuestra inocencia.
Esta semana, leí algo maravilloso que viene muy a cuento. Es del libro del Dr. David R. Hawkins, “Healing and Recovery”:
“When we look at ‘self-care’, which is the capacity to love one’s self, we find it now means taking responsibility to protect ourselves from the consequences of that innocence and the willingness to undo mistakes that the mind picked up as a result.”
[Que en castellano sería algo así: «Cuando estudiamos qué es el ‘autocuidado’, la capacidad de amarse a uno mismo, encontramos que ahora significa asumir la responsabilidad de protegernos de las consecuencias de esa inocencia y la disposición o voluntad a deshacer los errores que la mente acumuló como resultado.»]
En lo que concierne a la primera parte (“to protect ourselves from the consequences of that innocence”), yo personalmente llevo conscientemente una dieta de qué información recibo. O más bien, de qué canales recibo esa información. Dejé de ver las noticias al inicio de la pandemia (no creo que los medios tengan como objetivo promover la paz, el amor y la verdad). No veo películas violentas o de terror (mi niño interno está mirando también). Leo libros escritos únicamente por autores en los que intuyo un cierto grado de iluminación. Utilizo las redes sociales pasivamente más de lo que me gustaría, y siempre que lo hago me acaba dejando una sensación más o menos desagradable. Cuando no lo hago en varios días, mi sensación de claridad y equilibrio interno aumenta notablemente.
Esto, que puede parecer algo radical, no viene del miedo o de la paranoia, sino del amor y el discernimiento. También dice Jesús en su Sermón de la Montaña:
“Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!” [Mateo 7:13-14]
Es útil también saber que la neurociencia ofrece varios estudios demostrando cómo, al ver pelis o jugar a videojuegos (o incluso simplemente imaginando), nuestros cerebros se moldean y configuran como si estuviésemos teniendo esas experiencias realmente. Si nuestro cerebro se programa con lo que las películas y videojuegos violentos ofrecen, esto tendrá un efecto inmediato en nuestra manera de percibir el mundo, y eso es algo muy difícil de deshacer.
Y eso me lleva a la segunda parte, que es lo difícil: “to undo mistakes that the mind picked up as a result”.
Este es el objetivo de las religiones, tradiciones espirituales y maestros verdaderos e, idealmente, también de las artes: educarnos y ayudarnos a reconocer la verdad dentro de nosotros mismos para que la falsedad se vaya cayendo por sí sola. Así, el sufrimiento va desapareciendo y, en su lugar, el amor, la belleza y la verdad crecen cada vez más. La inocencia del niño vuelve a brillar, con su humildad y confianza plena en Aquel que le cuida, solo que ahora esa inocencia es consciente de sí misma y no es tan fácil manipularla.
Hay muchas prácticas y caminos. Ahí que cada cuál que busque el suyo. Lo importante es lo que dijo Terence Mckenna “Take it easy, dude. But take it!»
Con todo mi amor,
A.
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